“Quien adquiere la mentalidad progresista no es cristiano.”

Según el diccionario un progresista es quien en lo socioeconómico propone que el estado o la misma sociedad generen condiciones que permitan a las personas superar la desigualdad social a través de procesos de inclusión social; un progresista es alguien que quiere ver más igualdad económica y social, y que espera más avances en derechos para las mujeres y los homosexuales. Pero además, estas son algunas de sus metas:

-Legalización y regulación de ciertas drogas, como la marihuana.

-Despenalización y regulación de la prostitución.

-Despenalización y regulación de la interrupción voluntaria del embarazo.

-Visibilización y reconocimiento de las minorías étnicas, políticas y sexo diversas.

-Regulación económica que apunte hacia un desarrollo ecológicamente sustentable.

-Matrimonio igualitario y protección a las parejas del mismo sexo.

-Flexibilización de las doctrinas migratorias.

La Biblia dice que un poco de levadura leuda toda la masa, por lo que ningún cristiano debe asociarse con ninguna línea de pensamiento que incluya algo que vaya en contra de la moral bíblica. En esta área, en el cristianismo, el fin no justifica los medios, es decir, no para alcanzar a los perdidos debemos dejar de hablar y condenar los pecados que comenten los perdidos y nuestro mensaje debe ser  venga tal como está de perdido pero si desea entregar su vida a Cristo y por su gracia ser salvado, no puede seguir viviendo los pecados de los perdidos.

Los llamados cristianos progresistas y las iglesias emergentes que han aguado el evangelio, atraen a los jóvenes y creen que el cristianismo tradicional les ha fallado por una u otra razón; sostienen que el cristianismo tiene que ser reestructurado si queremos que sobreviva. El argumento es que el cristianismo histórico está fuera de contacto con nuestra cultura y los valores cambiantes de nuestra sociedad. Los progresistas creen que la iglesia evangélica es tóxica, llena de injusticia racial, sexismo, islamofobia y vergonzoso juicio. Su objetivo es purgar a la iglesia de estas actitudes e ideas nocivas y cultivar una forma de cristianismo más compasiva, inclusiva y culturalmente relevante; así ceden terreno a la cultura bajo la bandera del progreso.

Gracias a la tecnología y a los medios de comunicación, tenemos acceso a una cultura pagana mucho más cercana a nosotros que a los cristianos del siglo I. Se puede acceder a los templos paganos a través de nuestras computadoras, teléfonos celulares o tabletas. Y las tentaciones son aún más fuertes porque muchos de nuestros hogares están desordenados, con niños que buscan amor y afirmación sin importar dónde encontrarlos.

Muchos tsunamis están viniendo contra la iglesia hoy. La presión para comprometer y redefinir el evangelio al encontrar “un camino intermedio” bien podría socavar “la fe que fue una vez dada a los santos” (Judas 3).  Muchos de los Millennials de hoy, sintiendo que no encajan con el romance del evangelicalismo con la política conservadora, han optado por dedicarse a la justicia social y se asocian con quienes odian nuestras fe y nuestros valores morales, para según ellos buscar la justicia para los pobres uniéndose a quienes dicen luchar por los pobres, pero han mantenido siempre a los pobres en la pobreza en todos los países que han gobernado. Lamentablemente algunos jóvenes cristianos están cayendo en la trampa del feminismo y de la doctrina humana de la imposible justicia social.  Ellos no quieren hablar del pecado ni condenarlo y llamar al arrepentimiento total, mas bien dicen querer un evangelio más práctico: ayudar a los pobres y necesitados, en otras palabras, el evangelio de la teología de la justicia social.

Los que dicen ser cristianos progresistas hablan de justicia para los pobres, condenan a los ricos, pero no hablan del pecado de pobres y ricos, y del juicio y el infierno que espera a todos los que no se arrepienten genuinamente y por ello no cambian totalmente. Un creyente en estas doctrinas del progresismo no es parte del verdadero cristianismo.